Uno de los capítulos más extraños dentro de todo el proceso de crisis iniciado en 2007-08 ha sido, a mi entender, la inclusión de la prostitución y el tráfico de drogas en el cálculo del Producto Interior Bruto (P.I.B). Recordemos que fue en septiembre de 2014 cuando por la actualización de la normativa europea, de la ESA95 a la ESA2010, hubo un cambio en la metodología de la contabilidad nacional, y entre otras cosas se introdujeron estas dos actividades ilegales. Supusieron un aumento del PIB de un 0,87%, que vinculado a los datos del déficit anual fue un “alivio” de 2.000 millones de euros ese año.
Durante los meses en que esta cuestión fue noticia, y ni que decir tiene cuando ya ha dejado de serlo, se ha producido un silencio transversal que ha ido del ultraconservadurismo del Opus Dei hasta el feminismo más combativo. Nadie, o casi nadie, ha puesto el grito el en cielo, ni ha apelado a consideraciones morales o ideológicas en uno u otro sentido.
Capítulo sonrojante, del que ya no se quiere hablar. Resulta aún peor cuando hay otro tipo de actividades que suponen cerca del 20% del PIB que forman parte de la economía sumergida y que no se quieren calcular. ¿Por qué sí se calcula el tráfico de cocaína o los clubes de alterne y no que un pintor cobre sin factura? Este 20% de PIB de economía sumergida “moral”, por sí sola, constituiría la economía mundial número 39, por delante incluso de Finlandia. Considerando este tipo de actividades, podría decirse que se cumplían los objetivos de déficit de sobra e incluso se entraría en superávit anual.
Si hace unos años alguien se le hubiese ocurrido la idea de incluir actividades de la economía sumergida en el PIB para así reducir el déficit, es probable que hubiese sido calificado como “lumbreras” y las gracias y los chascarrillos hubiesen acosado ante quien tamaña idea hubiese tenido. Poco después incluyen actividades claramente ilegales, no solo informales, y el silencio es ensordecedor.
Más allá de consideraciones morales este tipo de maniobras contables pone de manifiesto que el déficit que da lugar a recortes y nos complica la existencia no es más que una mera convención del cálculo de unos denominadores y unos numeradores que se deciden y convierten en dogma…dogma hasta nueva orden.
De cambiarse la metodología de su cálculo, cambian las consecuencias. Ese deificado 0,3% de déficit anual para 2020 no es más que un acuerdo que se dio en un determinado momento entre una serie de personas en base a unos cálculos que se realizan siguiendo unos procedimientos que a su vez son contingentes. La manipulación del cambio del cálculo del P.I.B. en base a la inclusión de las drogas y la prostitución es un síntoma de la absurdez y la contingencia de unos procedimientos que dan lugar a unas cifras.
Y su aceptación acrítica por parte de la gran mayoría de la población una muestra de la maleabilidad de posicionamientos que, aparentemente solemnes, varían en función de ese poderoso caballero llamado Don Dinero.
Atrás quedan las reflexiones que hace ya algunos años hacía la izquierda en torno a la “economía de la inmoralidad”. Con el aumento del P.I.B. dando inclusión a la prostitución y generando 2.000 millones de euros extra mantendremos las subvenciones a las ONGs que trabajan con las mujeres de la calle, y con el decremento del déficit que implica la inclusión del tráfico de drogas mantendremos los convenios con entidades sociales colaboradoras del Plan Nacional de Drogas.
Autor: Miguel Montañés